sábado, 5 de mayo de 2012


ME ha gustado y lo comprarto.

Un relato sincero de cómo alguien que conozco se convirtió en un runner, aun siendo gordito y cuarentón.
Mi amigo es de esos que son alérgicos al deporte. Hasta hace año y medio tenía el cuerpo a estrenar, deportivamente hablando, claro. Tenía las rodillas en rodaje y menos tensión muscular que Torrente.
Le sobraban todas las comilonas de los últimos 10 años, y daba una clase de pádel semanal, como si eso le sirviera de bula para comer el resto de la semana con salsa.
Un día su profesor de pádel, le dijo que con sus nuevas zapatillas no eran apropiadas para el padel. “No son tan feas”, dijo él. “Son de running, no puedes jugar con eso”, le contestó el profesor. Ahí acabó la clase para él. Las había sacado de un cubo de ofertas de Decathlon y únicamente se había fijado en que no fueran una feria de colores.
Al volver a casa decidió probarlas corriendo, ese fue su primer contacto con el running. Ni una decisión meditada, ni una vocación, ni desde luego una promesa. Solo el remordimiento de tener unas zapatillas de oferta sin estrenar.
En aquel primer amago duró unos dos minutos corriendo, lo que duraba la cuesta abajo. Pero pudo comprobar que las zapatillas eran blanditas. Le gustó la cosa. Se sentía bien, hasta que notó que le ardía la cara del calentón.
Pero al día siguiente la sensación fue penosa. Se propuso llegar hasta la caseta del guardia, unos 500 metros, pero no había tenido antes su clase de pádel y fue como empezar a correr sin pan. Aguantó tres minutos y con los pulmones como embutidos dentro del pecho. La primera lección fue entender que uno aguanta más cuando está activado que cuando empieza a correr de cero. Así cada cuatro días, o así, lo intentaba de nuevo. 5 minutos, 6 minutos, 3 otra vez, ¡ida y vuelta a la caseta!
Un día bajó al pueblo donde hay un carril bici más llano que el público de Saber Vivir. Había visto a gente correr por allí. Corrió hasta el final de la primera recta…, unos 700 metros, y otros 300 metros extra de vuelta. ¡Qué derroche! Como puede verse, eran cifras de vértigo. Y aunque él lo llamaba correr, en realidad, aquello era una especie de trote pesado. Masas en suspensión rebotando de lado a lado y cayendo a plomo en cada pisada. Algo digno de verse a cámara lenta y alta definición.
Aun así aprendió otra lección: hay que evitar las cuestas, agotan físicamente y mentalmente, son como un muro. Hay que buscar el mínimo esfuerzo.Y si una semana no le apetecía correr, no corría y punto. Decidió intentar siempre quedarse con buenas sensaciones. Él era un sedentario profesional y sabía de qué hablaba.
El caso es que aquel territorio llanito se lo puso fácil. Empezó a dar la tabarra a los amigos, sobre todo a mí. Nos contaba sus logros de 7 minutos, 10, ¡15! Generalmente, la señal para pararse era el color rojo de su cara y la sensación de perder el páncreas. Pero iba tomando medidas muy básicas. Se apuntó la lección número 3: tomar referencias estaba bien, resultaba útil estar entretenido y con algo en que pensar en medio de tanta agonía. Según él, no había un rendimiento real que medir, más allá de discernir si estaba agónico o solo extenuado. No había matices, siempre era un poema cada vez que acaba de correr.
Un día cualquiera alcanzó la barrera de los 25 minutos. Había leído que a partir de una distancia o tiempo uno empieza a estabilizarse. Comprobó cómo al cabo de un rato los jadeos agónicos ya solo eran resoplidos de caballo. Y paró. No porque estuviera al borde del colapso, sino porque había llegado al tiempo. Otra lección más: Hay que escuchar música para no oírse uno mismo respirar como un mamut en fuga. Eso hace que el tiempo se pase mejor.
Habían pasado unos tres meses y la cosa ya le entretenía. Había llegado a entender y sentir eso de ‘estabilizarse’ que, básicamente, significa “descubrir espacios de tiempo en los que has dejado de pensar en el sufrimiento y te has distraído pensando en otras cosas sin dejar de correr”.
En su cumpleaños, los amigos, aburridos de sus reportes, le regalamos un Nike Plus. Momento en que empezó a medir mis carreras. Le apetecía tanto estrenarlo que un 5 de diciembre, a unos 4 grados de temperatura, corrió 5 kilómetros. Resulta que aquella ruta que decía correr cada 3 o 4 días sí tenía esa distancia.
Aquel invierno pasó por la fase “soy un corredor medio profesional, necesito de todo”. Y no exagero. Empezando por unas Nike Vomero 4 (las “zapas” más caras y blanditas que encontró) rodillera de refuerzo, luz por si oscurecía, pulsómetro, ropa técnica, calcetines especiales, taloneras de gel, calzón térmico antirrozaduras, el sensor Nike plus, el iPod, gorro, guantes y cuello térmico. Una fiesta (de disfraces). Tardaba 5 o 6 minutos en prepararse para luego correr 30.
Cada día que superaba su distancia volvía a casa esperando verlo en el telediario. Henchido e hinchado. Así, el paso de los 5 a los 6, los 7 y los 8 Km solo fue cuestión de tiempo. Pero estaba claro que ya tenía el veneno dentro.
Se empapaba de información, leía revistas y buscaba recorridos en Internet. Acumulaba ropa de deporte en casa. Y no lo dejaba. Simplemente, seguía para acumular kilómetros, como cuando un niño ahorra para comprarse algo.
Cada una de las sesiones era diferente: “Un día te gusta, otro lo odias. Un día crees que tu ritmo inicial es alto, y al otro que te ha sentado mal la comida. El lunes te paras, el miércoles reinicias. Día tras día, kilómetro a kilómetro, aprietas, desistes, mejoras, dudas, reniegas, te impacientas, disfrutas, te sientes el rey del mundo, pasas, te gustaría haber corrido más, te quedas sin aire, luego esprintas…” Lo único que si se repetía era lo orgulloso que parecía al acabar.
Para mi amigo el gordito, correr no es un momento idílico para desconectar. Se pasa el trayecto pensando en cuánto lleva y cuánto le queda. “La música es importante, porque si te distrae 3 neuronas, son 3 neuronas menos que piensan en lo cansado que estás”.
Intentó buscar compañeros de hazañas, pero pronto aprendió que era incapaz de correr y hablar a la vez, mas allá de un sihhh o nohhhh coincidiendo con la expulsión del aire.
Siguiente reto: Una carrera popular de 10Km. Aunque solo fuera por estadística, acabó encontrando a gente que también corría y entre todos le convencieron: “Tienes que hacer una carrera popular de 10 Km”. Él sólo estaba preocupado por las malditas cuestas y no dejaba de preguntarse: “¿Qué pintamos mi barriga y yo con toda esa gente delgadita vestida de colores?”. Aún así se apuntó. No supo decir si se le hizo corto o largo. El caso es que lo hizo en 55 minutos y se enteró toda España. Proeza total, incluso adelantó a gente en carrera.
Después corrió la de Aranjuez en 54 minutos. Se pasó gran parte de la carrera detrás de una chica bajita y otra más atlética que iban hablando. Por explicarlo con sus propias palabras: “A la bajita de la malla azul eléctrico parecía que iba a estallarle la lycra”. Al parecer era todo un juego de inercias, carne y pasitos cortos, y no era capaz de adelantarlas. Otra nueva lección: Si no eres competitivo, mejor. No te molestará tanto que te adelanten, solo si, quien lo haga, esté más rematadamente gordo que tú.
Ahora tocaba mejorar ritmos. Aquí sí que no ha habido manera. Sigue corriendo como un tractor a su ritmo de 5,5 o 6 minutos por Km. Ese ritmo le resulta cómodo. La parte competitiva no le entusiasma, y todo el mundo le insiste que tiene que hacer series para mejorar. Hacer series, según él, es básicamente correr a ratos como si le persiguiera un perro y volver a la fase de jadear y a soltar el páncreas por la boca. Ha llegado al punto de disfrutar corriendo, de buscar recorridos en los gozar del paisaje y del reto.
Los registros de su Nike plus siguen marcando unos 20 o 25 kilómetros por semana, sin que nadie tenga que recordárselo. Y claro, tarde o temprano los 1.000 kilómetros tenían que llegar.
Mi amigo sigue estando gordito, pero tiene un corazón como el de Induráin. Confiesa abiertamente que corre para seguir comiendo como un campeón. En eso no tiene rivales. Le sobran solo algunos kilos menos, pero tiene unas piernas que le sujetan cuando sube o baja escaleras.
Viendo sus registros escritos, siguen pareciendo increíbles. ¡Ha corrido 1.000 kilómetros en unas 120 sesiones/torturas! Eso equivale a más de una San Silvestre a la semana durante año y medio. Ha corrido más de 100 horas. Se ha lanzado por prados, caminos y hasta autopistas, jugándosela, y en sus trayectos ha llegado hasta las playas de Santa Mónica en Los Ángeles. ¿Se puede ser más runner?
Como puede verse y leerse, es un superhéroe. Lo sé porque ni uno solo de los días en los que ha corrido ha dejado de tener esa increíble sensación en la ducha. La de ser un campeón. Ese es el veneno.
Y escribo esto en tercera persona porque me sigue pareciendo increíble haberlo hecho. Es como si el gordito fuera otro y no yo.
—-

No hay comentarios:

Publicar un comentario